Me caga el box y todo lo que tiene que ver con dos personas golpeándose hasta deshacer su cerebro y las neuronas que fantásticamente fueron creadas para crear. No me imagino lo que cada golpe de esa magnitud pueda hacerle a un sistema tan perfecto y delicado que guardamos en la cabeza; es suficiente con mirar algunas de las consecuencias que han tenido muchos boxedaores, pero ahí estaba, en una cantina mexicana familiar, de esas donde pueden estar los niños jugando en el lobby y dos mesas atrás la mesera asegurando la quincena con algún cliente dispuesto a comprar amor. Ahí estaba con un par de amigos, acepté ir, porque me gusta el ritual del caos, la suma de suposiciones y anhelos sobre una experiencia que sucede a miles de kilómetros y se expande por todo el planeta, bolsas de oro, apuestas sobre la apuesta, hasta en la mesa donde estaba se convocó y provocó una apuesta minutos antes de que empezara la pelea. -Apuesto a que se cae en el segundo- ¡yo en el décimo y gana el gringo!...
Paso y dejo lo mío, luego se vuelve tuyo es entonces un pozo, si bebes de él se llena si no se vacía y marcho a galope, vas y voy y vamos dejando algo que de a poco me describe pero nunca me alcanza. Somos un enigma, y nos vamos conociendo, en cada letra me describo y juego a que te mires, porque en ti me veo y a veces nos encontramos, gracias por pasar por la ruta en la que sigo danzando.