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EL PERRO TIERRA



La tierra es como un perro, lo pienso cuando leo y no veo que reporten un árbol caído en este terremoto que dejó partida las calles por donde he pasado una y otra vez y muchos otros lugares de este país llamado México. Estoy seguro que es un perro, que en cualquier momento se rasca la comezón que le provocan las pulgas que se desplazan en su piel. Pulgas que a veces se sienten dueñas del perro y que en un instante vuelven a recordar que sólo son tripulantes, porque esos somos, sólo pasajeros de este hermoso pero extraño ser vivo llamado tierra y que por muy extraño que parezca al sacudirse, se abre la tierra y lo que más se daña son las construcciones que hemos realizado alrededor o encima de él, pero no los árboles, no los hermosos y vastos bosques. Pienso en ello mirando mis brazos repletos de pelo. Cuando algo, algún pequeño bicho camina por mi brazo, lo sacudo y cae, o lo quito con mis manos, pero no arranco los pelos para tirar el bicho. Incluso cuando alguien se contagia de piojos lo que hacemos es limpiar el pelo no cortarlo, a veces, cuando es obligadamente necesario, pero la mayoría de las veces, se aplica un líquido mortal para bichos, y el cuero cabelludo vuelve a limpiarse. Así creo que el perro tierra también se limpia las pulgas y piojos, pero no corta sus pelos o árboles, sólo se sacude, sólo se mueve hasta quitar lo que le incomoda. Se rasca la oreja y se mueren miles de pulgas, estornuda y se arma un tsunami que se traga mil vidas más y así es. Un extraño y misterioso pero gran viaje el que atravesamos, un breve y fugaz momento, en el que no deberíamos perder tiempo haciendo cosas que nos provoquen estar enojados o frustrados. Un terremoto nos mata o nos despierta. Vi como sacaron cuerpos de niños, mujeres y hombres, se acabó su vida, y la de muchos otros, así de repente en un instante y el dolor nos marca como un tatuaje en el alma, nos deja rastros terribles o quizá, ¡ojalá! Benditos, que nos hagan despertar, que nos provoquen crear por fin esa obra pendiente, ese proyecto que sigue esperando a que las condiciones se den para hacerlo. No hay más tiempo, no es posible esperar, el reloj se detuvo ayer para muchas personas y otras están luchando en este momento por no morir.  Despierto mirando piedras sobre piedras, y manos, miles de manos; los que hacen, hacen más, los que se mueven, se mueven más rápido y veo a otros que nunca hacen y salen a encontrarse, a mirar y así a contagiarse, algunos despiertan ante la catástrofe otros siguen dormidos, se quejan y culpan a dios, al gobierno, a lo que sea con tal de no verse de no atreverse a ver lo que realmente son, que no son capaces de salir y cargar una piedra, llevar un pan a alguien, se escapan de la voz que les exige despertar. “Despiértame cuando pase el temblor” recuerdo esa canción, y esa frase ahora tiene más color y aliento, arde mucho más en mí, me recuerda cientos de voces coreando y gritando silencio, rogando a cualquier dios que salga un niño más, una persona, que haya esperanza. El Perro tierra está vivo y se seguirá moviendo, seguirá agitando su cuerpo y aún tengo algunos pendientes, algunos que quizá debería dejar ir, pero otros no, otros he sobado y tallado por muchas cosas, pero están ahí sin salir, sin ver la luz de la vida. No puedo esperar a que el perro tierra vuelva a sacudir una pata y muramos todos bajo piedras. No hay condiciones favorables, no las hay, hay que crearlas, despertar. Tuvimos suerte, todos lo que seguimos vivos, lo pienso recordando cómo se caían las cosas en mi casa durante la sacudida, como llegó inmediatamente un miedo y se destapó mi instinto como el de muchos por sobrevivir, lo pienso recordando cómo salí apurado de mi búnker ¡vaya! mi casa y vi que todos corrían; la calles se poblaron en segundos de gente atemorizada y yo me encontré en el pasillo a mi vecina, una hermosa y muy alta anciana que no podía moverse rápido “pásele me dijo” y ahí en ese pensamiento sobre pensamiento mientras a lo lejos se escuchaba una explosión decidí esperarla y tomarla del brazo, como lo haría con mi madre, esperé a que sus lentos pasos dibujaran una posible salida. Me lo agradeció y después de leer todo lo que pasó yo sólo agradezco seguir vivo. Entonces ¡hay que vivir! 


Vi que subieron un video de una pareja teniendo relaciones sexuales en un centro de acopio, y sólo leí un par de comentarios, no me interesa leer más, si los leo también  juzgo y me contagio de esa insaciable sed de mirar al otro, pero la mayoría criticaba y descalificaba el hecho, argumentando que es una burla contra el dolor ajeno. Me reí, y me sigo riendo de gusto, hicieron el amor, tuvieron sexo, como sea que lo llamen, pero están vivos y lo aprovechan. El que se siente ofendido, se ofende con el amor y el odio con el silencio y los gritos. Quisiera ver más videos de gente haciendo el amor, más puños al aire gritando silencio y ayudando codo a codo, quisiera seguir oyendo cantos a la mitad de la avenida,  gente regalando tortas, cafeterías ilógicamente caras regalando su café a obreros, quisiera volver a ver como las grandes corporaciones donan sus riquezas, millones de dólares que ni con diez años de vida se podrán gastar. No quiero ver más gente muerta pero el perro tierra está vivo y seguro se seguirá rascando, ¿qué hacemos? ¿escondernos? ¿dónde? No hay lugar, no hay tiempo de llorar ni de esconderse. Hay que salir y hacer exactamente eso que tenemos pendiente hacer. Hay que volver a salir y aprender a respetar más a este perro tierra que no deja de ladrar.

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