Puedo dejar de escribir con mis manos, pero no con mi mente. La pluma de mi mente escribe en cada instante, es una cascada incesante. A veces sí, cuando el ruido de la vida me distrae se detiene por un momento, pero sigue, en el silencio, regresa esa voz que me dicta y se obsesiona. Puedo asegurar que empecé a escribir antes de que aprendiera a leer, antes incluso de aprender a escribir con las manos, de asociar las palabras en construcciones de un idioma. Lo hice quizá a la par que mi gusto por las mujeres se desarrollaba. Es muy probable, incluso que mis primeros poemas están en las paredes del kinder. Ahí por primera vez el tiempo se detuvo al mirar los ojos azules de un niña que al mirarme sentía que la mismísima virgen me miraba o que un ángel iluminaba mi vida. Yo no iba a la escuela a aprender, iba a mirar a la niña de los ojos azules y a escribir, a retratar con mi mente todo lo que provocara algo en mi. Mis manos son lentas y el lenguaje al ser sucesivo es más que lento, hay otras maneras de abreviar las palabras, hay otros idiomas que facilitan también la forma de escribir, pero al final es una acto después de pensar, un acto que recoge poco a poco todo lo que el cerebro va soltando. Escribir es un acto de valor parecido a la confesión, pero me refiero a escribir desde adentro y ser capaz de vaciar el dolor y la risa, el miedo y el coraje de vivir. Dejar huella de lo que he vivido es más que sentarse a contar historias. Este es quizá el décimo diario que escribo en mi vida, y el primero que decido abrir sin maquillaje, sin filtros, sin pausas. No hay personalidad, más difícil que ser uno mismo. Me ha costado trabajo regresar al origen a escribir como niño, a volver a ser libre, a dejar que la vida sea una fiesta y no una piñata de preocupaciones, aún cuando las haya, no las veo más. Se abre la noche con el paso del silencio y es cuando regresa la pluma afilada de mi mente, y regresa el origen de este diario, el de oirme, el de ser capaz de oirme, que con el ejercicio diario va creciendo esa voz, esa que todos tenemos pero dejamos ir, para convertirnos en algo, que muchas veces nos aleja de lo que queríamos ser. No tengo más donde esconderme, puedes correr pero jamás podrás esconderte de ti mismo, lo leí y ahora lo conjugo y lo ejerzo. Cada quien juega el juego de la vida como mejor pueda, pero si vas a imitar, imita a quien te haga crecer. Nada de buscar afuera la luz que de nuestra alma enciende la vida. Me dejo al claro de la noche sabiendo que el año se acaba y la condición de escucharme crece. Sigo escribiendo y entendiendo el color de mi sangre.
A mis hijos María Pablo y Max que empiezan un nuevo ciclo Arriba y abajo, frio y calor, día y noche, luz y oscuridad, bueno y malo, yin y yang, femenino y masculino, parece que vivimos en un juego de azar donde todo es dual, donde tiene que ver con un volado de águila o sol, de cara o cruz. Un día escuché una historia de un tipo que manejaba muy bien la energía, y que le atribuía la historia a Jordan el increíble jugador de basquet que logró mantenerse en el aire como si flotara, para luego ejecutar una clavada de balón que dejó a todos en shock, Jordan según él, habla de que la única manera de mantenerse activo en un juego o en la vida misma, es entendiendo la energía como un ocho, donde va y viene, donde el circuito, hace que se mueva para arriba o abajo, y hay que saber moverse con esa energía, no puedes pretender estar arriba siempre porque es normal que caiga, y tampoco puedes quedarte abajo tanto tiempo porque puedes subir, y es normal que subas, esta idea me pareció genial ...
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