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SIN TECHO



Me fui por fin del Búnker ese espacio donde alojé por dos años mi cuerpo, mi mente y muchas noches mi alma. Un rincón cerca del cielo, porque aunque pequeño el edificio, me paraba en la azotea a mirar las pocas estrellas que asomaban las pestañas. Nací, por más poético que suene esto, es real, nací de adeveras y por segunda vez, porque uno nace dos veces, cuando llegas al mundo por conducto de tu madre, y cuando descubres cuál es tu don, el regalo de dios, del universo de la magia negra o blanca, eso que te hace diferente, como tu huella digital que cuando la vez en un microscopio es totalmente distinta. Estoy fuera de ahí, corrido y vaciado de pendientes. Sin techo por no querer ni poder. Las mudanzas empiezan a ser parte de una rutina cíclica y es así, es parte de mi vida. Me gusta salir y moverme, a veces me gustaría tener una casa propia, pero pienso que no tendría esta rutina de salir de un día para otro, lo que tienes te tiene. Cada cosa que compramos donde hay que pagar derecho de suelo te ata. Cuando no es tuyo, cuando rentas, simplemente te vas. Como lo hice ayer, salí con todas mis cosas que cada vez son menos. Dos viajes uno en una camioneta grande y el segundo en taxi.  Ya en el camino con el taxi atascado, me toco un joven con una energía de paz y curiosidad que me recordó al niño que fui y que sigo siendo. No hay manera que avance la madurez en mí, no siento edad que camine, siento como siempre una curiosidad por seguir explorando formas de pensar, analizar comportamientos y plasmarlos en diálogos. "A qué se dedica", me dice Juan el chofer que después de oír mis conversaciones en donde bromeo una y otra vez, con mis interlocutores, porque ¿Qué más puedo hacer qué seguirme divirtiendo, aún y cuando tengo las bolsas casi vacías y mil deudas acosándome, aun y cuando mis hijos están lejos, aún y cuando mis padres se acercan a la vejez y los dos está más cerca de perder la razón que don quijote? ¿qué más puedo hacer que reírme,  cambiar totalmente la forma de ver la vida, que siempre será el mejor secreto para cambiar por completo la forma de llevar la vida. Llegué a casa de Coco, mi madre, que después de 20 años vuelvo a vivir con ella.  Su memoria se sigue resbalando, el tiempo empieza a ser relativo, todo en ella es extraño ahora, pero aún así tiene esa forma de ser que empalaga de paz. Es extraño que mi conciencia me alcance para acompañar a mi madre si puedo hablar de madurez, es quizá eso. Ser capaz de sacrificar mi espacio de soltero que con pasión y deseo se disfruta de mas, para poder estar con mi madre, en quizá su última etapa. Llegué y me recibió riendo, "Qué gusto me da recibirte hijo", me lo dijo con los brazos abiertos, y yo llegué con más de 10 cajas, una sala, comedor, refrigerador, cuadros y cuadros, y cuadros,  "ya vas a terminar" me decía coco y yo sólo veía como se llenaba su casa y sus ojitos se iluminaban también de que esta noche cenaríamos juntos. En que otro lugar podría mirar el color de la vida que no sea compartiendo el pan con el origen con la voz que me dio aliento y que cada día se mira ella lejos, en un mar de memoria que no deja de moverse.

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