¿Cuántos años tiene Pablo? me dice Coco mientras caminamos por la Cibeles, ocho le respondo y toma mi brazo para seguir caminando, ¿cómo estás? me vuelve a preguntar, y yo miro como caen las hojas , ¡Ah el otoño ya está aquí otra vez! pienso mientras miro a Coco como ya está en otra idea. ¿Cuántos años tiene Pablo entonces? ¿Cuántos crees? y juego a que sea ella quien me guíe, que su memoria nos guíe quizá es mejor dejar que se esparzan tantos datos. El agua de la fuente nos transporta. ¿Sigues tocando la guitarra le pregunto? no, está desafinada. Caminamos sintiendo la fría tarde. ¿Pero estás bien? me pregunta con un extraño interés. Estoy bien Coco, y llegamos donde está la escultura del David una copia que luce totalmente descuidada, como si una infección en la piel del majestuoso David de piedra, avanzara por todo el cuerpo. Qué bonito lugar, ¿dónde estamos? Me pregunta, y le damos una vuelta a la glorieta, al tiempo, a la vida. Coco mi madre me pregunta una y otra vez, deja abrir su mente que ahora se muestra como un océano en tormenta, como un hoyo negro en el universo, donde todo se va. ¿Cómo estás? Me insiste Coco, y yo insisto en ver las hojas, mira como caen las hojas Coco, me gusta el otoño, me gusta esta época -sólo digo emocionado de estar ahí de saber que hemos girado un año más, nose, se lo digo para yo mis recordarlo. ¡Que bonito!, -me dice-. Me gusta verte bien hijo y me toma el brazo. Cuánto tiempo pasó para que llegara algo de paz a nuestra vidas y ahora le mente le tiende una última trampa. Coco ríe conmigo, y camina como si nada ocurriera, como si nada pasara y es que ¿qué pasa? Pienso y algo trato de entender. Se aleja, se guarda un poco y me mira, me mira nuevamente. ¿Estás bien? y seguimos, caminando, porque sigue, porque aún seguimos. Algo me dice, algo que no alcanzo a entender, y sin embargo ríe. Volvemos a la charla a sentir que somos parte de esta tarde que deja abrir el nuevo aire de otoño y se que la memoria de mi madre se desgrana como esas hojas y no puedo evitar sentir un dolor muy profundo, una ligera lágrima corre por dentro de mi cuerpo se traga mi aliento entonces tomo una foto, detengo el tiempo, la memoria lo insondable del olvido, la caricia de la memoria. Coco me pregunta y yo bailo con sus preguntas y río, la hago reír, reímos. Para que más juicios, más preguntas. Dejo que se aleje sus dudas y sus miedos. La risa el nuevo viento de otoño nos salva. Coco se despide con su mirada de niña, yo tomo sus manos blancas, transparentes y le doy un beso en la frente y veo como se aleja, como los últimos rayos del sol que poco a poco caen y miro en silencio como entra la noche, la dulce noche que un día como la memoria de Coco, estará en la oscuridad.
¿Cuántos años tiene Pablo? me dice Coco mientras caminamos por la Cibeles, ocho le respondo y toma mi brazo para seguir caminando, ¿cómo estás? me vuelve a preguntar, y yo miro como caen las hojas , ¡Ah el otoño ya está aquí otra vez! pienso mientras miro a Coco como ya está en otra idea. ¿Cuántos años tiene Pablo entonces? ¿Cuántos crees? y juego a que sea ella quien me guíe, que su memoria nos guíe quizá es mejor dejar que se esparzan tantos datos. El agua de la fuente nos transporta. ¿Sigues tocando la guitarra le pregunto? no, está desafinada. Caminamos sintiendo la fría tarde. ¿Pero estás bien? me pregunta con un extraño interés. Estoy bien Coco, y llegamos donde está la escultura del David una copia que luce totalmente descuidada, como si una infección en la piel del majestuoso David de piedra, avanzara por todo el cuerpo. Qué bonito lugar, ¿dónde estamos? Me pregunta, y le damos una vuelta a la glorieta, al tiempo, a la vida. Coco mi madre me pregunta una y otra vez, deja abrir su mente que ahora se muestra como un océano en tormenta, como un hoyo negro en el universo, donde todo se va. ¿Cómo estás? Me insiste Coco, y yo insisto en ver las hojas, mira como caen las hojas Coco, me gusta el otoño, me gusta esta época -sólo digo emocionado de estar ahí de saber que hemos girado un año más, nose, se lo digo para yo mis recordarlo. ¡Que bonito!, -me dice-. Me gusta verte bien hijo y me toma el brazo. Cuánto tiempo pasó para que llegara algo de paz a nuestra vidas y ahora le mente le tiende una última trampa. Coco ríe conmigo, y camina como si nada ocurriera, como si nada pasara y es que ¿qué pasa? Pienso y algo trato de entender. Se aleja, se guarda un poco y me mira, me mira nuevamente. ¿Estás bien? y seguimos, caminando, porque sigue, porque aún seguimos. Algo me dice, algo que no alcanzo a entender, y sin embargo ríe. Volvemos a la charla a sentir que somos parte de esta tarde que deja abrir el nuevo aire de otoño y se que la memoria de mi madre se desgrana como esas hojas y no puedo evitar sentir un dolor muy profundo, una ligera lágrima corre por dentro de mi cuerpo se traga mi aliento entonces tomo una foto, detengo el tiempo, la memoria lo insondable del olvido, la caricia de la memoria. Coco me pregunta y yo bailo con sus preguntas y río, la hago reír, reímos. Para que más juicios, más preguntas. Dejo que se aleje sus dudas y sus miedos. La risa el nuevo viento de otoño nos salva. Coco se despide con su mirada de niña, yo tomo sus manos blancas, transparentes y le doy un beso en la frente y veo como se aleja, como los últimos rayos del sol que poco a poco caen y miro en silencio como entra la noche, la dulce noche que un día como la memoria de Coco, estará en la oscuridad.
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