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¿YA VES QUE LOS ÁNGELES SI EXISTEN?

-Vas a llegar, no se como, pero vas a salir de esta-, lo pensaba mientras veía como golpeaban a Pepe, el amigo del pato,  que por hablar de más ahora le estaban dando una golpiza sin niguna compasión -tú no te metas o te va peor- me lo dijo un tipo que traía un bote de cemento en la mano y se balanceaba a punto de caer, -muévete, ayer picamos a uno- se recargó en mi estómago y luego me dio un rodillazo, que pude esquivar haciéndome un poco para atrás. -péguense a la reja, dijo otro de los que lidereaban a esta banda que como zombies salió de la nada. -ya les cargó la verga chavitos- y le dio un golpe al pato. En ese momento pensé que era el final de mi corta historia, sólo tenía dieciséis años, y mirando el machete de taquero que traía uno de ellos, pensé que hasta aquí llegaría. El pato, no se dejaría, el pato era un personaje terrible, herido como un perro de la calle, que con sólo mirarlo se defendía y te pegaba, sabía que él respondería con otro golpe y por lo tanto nos golpearían hasta matarnos. Cerré los ojos y decidí hacer una tregua con Dios, en quien había dejado de creer unos años antes, pensé con un deseo muy profundo -ayúdame, por favor, ayúdame- recordé en ese momento las veces que le había pedido ayudada, que le rogué ayudara a mis padres, a mi familia que se desbarataba en medio de gritos y golpes... nunca escuché nada, pensé entonces que no tenía sentido pedir nada. Oí que alguien pujaba, miré de reojo -tu que ves pendejo- me dieron un golpe en la cabeza, pero alcancé a ver al pato en el suelo, sin defenderse, esa quizá fue la primer señal de que podría salir vivo de ahí, el pato no se estaba peleando -ya estuvo carnal, decía el pato- la cagamos, pero ya estuvo, y le dieron otra patada en la cara que le hizo escupir sangre. Miré nuevamente el carro, y vi que Pepe ya estaba inconsicente y totalmente bañado en sangre. Una mujer salió de la taquería, Shashenka, todo había empezado por ella. -Lléveneme a recoger unas cosas a la casa y luego nos vamos a mi depa- nos dijo en el mirador de cuernavaca, donde las conocimos, a ella y su hermana, que valían la pena para un rato, para un buen rato,  pero nunca para perder la vida. -Déjalos ya y déjame en paz- Entendí que esta loca mujer había querido darle celos a su novio, usándonos como carnada y caímos como dos estúpidos turistas que les venden un viaje directo al infierno y hasta pagamos por ello, porque obvio nos estaba saliendo carísimo darle un beso a estas princesas de multifamiliar. Nos llevó directo al matadero con su novio, un taquero que ahora encabronado estaba a punto de convertirnos en taquitos de tripa y sesos. -Ya déjate de pendejadas y entra a la casa- le grito el taquero, yo pude ver que su banda se había relajado un poco, algunos ya estaban platicando entre ellos, y otros no podían ni mantenerse de pie de lo drogados. Shashenka entró a la taquería, sacó una chamarra y antes de ponérsela el taquero trató de agarrarla, -no me toques pendejo- le gritó y le pegó en la mejilla, un golpe tan seco y claro que retumbó en la pared que tenía frente a mis ojos. Todos empezaron a reir y seguían muy atentos al pleito entre los novios, miré a Pepe que se comvulsionaba en el auto. El pato seguía en el suelo bajo la bota de uno de los zombies. El tipo que me cuidaba se metió una pastilla y se la pasó con un trago de caguama, vi que sus ojos cambiaron de órbita, se sentó en la banqueta a disfrutar el viaje, muy lentamente empecé a caminar hacia el auto. Shashenka seguía peleando con el taquero que cada vez se alejaban más, nadie me miraba, me movía muy lento, el hombre que cuidaba al pato seguía deleitándose con escupir y pegar con un tubo que traía en la mano y lanzaba un grito  que sonaba como el llamado de la tribu de caníbales a punto de destazarnos. Un par de faroles y nada de gente, sólo la noche y una luna tímida que apenas asomaba los ojos. Logré llegar a la puerta de lado del  piloto que estaba abierta. Sentí por un momento que tenía una oportunidad, una muy leve pero única esperanza de salir de ahí. Me senté, y justo cuando iba a prender el auto, sentí un navaja en mi estómago. -que dijiste ya me largué no- me quedé paralizado, pero alcancé a ver por el espejo retrovisor que el pato caminaba por la parte de atrás hacia el otro lado, -danos chance carnal- le dije así sin esperar nada, ¿qué más podía perder? En ese momento y como un verdadero milagro callejero, el tipo se hizo para atrás, le dio una profunda fumada a su cigarro de mota, se limpió la nariz y movió ligeramente la cabeza, un movimiento muy sutil, pero claro y directo para que huyera. Encendí el auto y aceleré. -lárguense o los matamos, órale cabrones; arranqué, el pato se logró subir, ya con el auto en movimiento. -¡espérenme! gritó Shashenka, y todos reaccionaron, el taquero aventó su machete y nos rompió el vidrio trasero, otro tipo nos aventó un tubo y rompió el espejo de lado derecho, aceleré a fondo, no me iba a detener, sentí cómo habían logrado ponchar una de las llantas, pero seguía acelerando, al darle la vuelta en una de la calles, casi me estrello, -cuidado- me gritó el pato, pero logré esquivarla subiéndome a la banqueta.  Seguí sin mirar atrás, el rin del auto estaba ya rozando con el suelo, llegamos a periférico, habíamos logrado dejar ese terrible barrio encajado en algún lugar de mixcoac. Me bajé del auto y empecé a caminar, -¿a dónde vas?- me gritó el pato, no respondí, no podía, estaba mudo, -espérate cabrón- me gritó ya a lo lejos, pero no respondí. Seguí caminando, no quería saber nada de nadie, quería caminar y llegar a mi casa, empecé a correr, sabía que aún tenía que atravezar un barrio más para llegar a casa, pero nada se comparaba con lo que había pasado, corría y sentía un dolor en mi estómago, siempre un dolor en mi panza, lo pensaba y miraba las luces de los autos que brillaban en esa noche donde la vida me había dado una oportunidad. Lo pensaba mientras seguía corriendo hasta que llegué a casa, justo a las dos de la mañana, a la hora que nací. Entré con mucho silencio y me acosté en la cama de mi mamá, la abracé  -¿Qué te pasa?- me dijo levantándose, y en ese momento empecé a llorar,  -¿estás bien?- me lo preguntó ya preocupada, y vio que tenía sangre en mi cara, y en el estómago, no habían alcanzado a picarme pero si unas leves heridas y un poco de sangre en la mejilla, no pude decir nada. Mi mamá entendió que acababa de salir de algo fuerte, me abrazó, lo cual es raro en ella, porque eso es algo que mi madre no hacía, pero esa vez me abrazó y me miró a los ojos, -¿ya vez que los ángeles si existen?- me lo dijo como si supiera algo, cómo si supiera que horas antes había estado a punto de morir en un callejón del infierno. Lloré un poco más fuerte y recordé que unos días antes contagiado de una terrible rabia de ateismo, le había roto a mi madre todas las imágenes de sus santitos. Ahora tenía pena, porque sabía que algo más me había ayudado, que algo muy extraño había sucedido, para que en un instante, un grupo de hombres drogados nos dejaran salir, entendí en ese momento que algo más había intervenido, que no podía negar que algo había pasado, que no podía negar que estaba vivo  y estaba dispuesto a cambiar el rumbo. Esa noche como cuando era muy niño, me dormí en la cama de mi mamá.

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