Cada vez que leo la vida de esos hombres que pasaron por la tierra y dejaron una huella imborrable, me entusiasmo y quiero ser como ellos, quiero incluso poner en práctica todo eso admirable de lo que hablan o más bien de lo que se habla de ellos, porque muchas veces como es el caso de Jesús, Sócrates incluso de Gandhi, sólo nos queda, lo que sus discípulos escribieron, porque ellos no escribieron nada, actuaron y vaya que dejaron huella pero entre más me acerco a ello, entre más me adentro a sus ideas, a sus vidas más me alejo de mi y de repente descubro que al final de la noche, cuando llega el silencio absoluto me doy cuenta que estoy solo, estamos pues con nosotros mismos y al decir con nosotros, ya hay más, porque siempre somos más en nuestro propio interior y ¿quién lo cuestiona? ¿quién realmente cuestiona quienes somos o qué es lo que realmente nos mueve? Siempre hay más preguntas que respuestas, y se supone que eso es lo importante, seguir preguntando, seguir cuestionando y avanzando en esa conversación que nos hace conocernos un poco más cada día. Siempre he creído que las historias de otros nos ayudan a contar nuestras propias historias, porque son como una charla donde uno habla y eso motiva que otro cuente su propia historia y así nos vamos, un efecto en cadena que provoca una rica conversación de charlas personales, algunas contadas con más pasión o con brillos con detalles que nos atrapan logran dejarnos huellas y quizá nos hacen reflexionar más, pero otras puestas en papel que leemos en silencio quizá exploran mucho más de lo que somos, porque nos revelan al ser leídas en silencio y por nuestra propia voz, algo mucho más profundo que no veíamos. Las historias personales trascienden en nosotros porque somos personas, y nos identificamos con todo lo que le pasa al otro, bueno o malo, lo entendemos y somos parte de ello, no hay medicina más certera para la enfermedad de la inestabilidad emocional que darse cuenta del presente, que no necesitamos nada más que estar aquí, despiertos, pero ese despertar curiosamente está siempre condicionado a nuestra actuar a nuestra pequeñas decisiones, decisiones que suceden en cada instante, porque la vida es una suma de cada instante, el objetivo real debería ser que cada instante sea la única meta, que en esas pequeñas decisiones esté realmente la sabiduría de los años, de los días que has andado, que has caminado en tu vida, y nada de eso se logra mirando afuera, mirando a otros, porque tú no eres Buda, ni Jesús, ni tu mejor héroe, porque lo más absurdo es que uno es uno y ya, así como suena en una vieja canción que oí en la radio, cuando oía radio.
Canto a mi Coco, mi hermosa madre Ya no sabes quién soy. A veces me da rabia. Me cuesta entenderlo. Lo acepto. He aprendido a aceptarlo. Cada día que ibas perdiendo tu memoria, me perdía contigo. Me asfixiaba tu destino, nuestro destino, nuestra historia. Primero mi padre. Ahora tú. Mi coco, mi madre… Me ha tocado entender que así, de repente, la vida puede cambiar. La vida es cambio. Todo el tiempo es cambio. Esa es mi vida. Mirarte ahora, sin que sepas quién soy, es como saber que ya no eres tú pero lo eres. Yo sé quién eres tú. Y eso cuenta. Mis hijos lo saben. Mi padre lo sabe. Tus hijas, tus nietos tu familia, Y solo nos queda cantar. Cantar sin detenernos. Cantar sin juicios. Unir la voz como dos almas que se buscan. Porque no dejas de cantar. Ahí está el bálsamo que nos calma. Y aprendo de tu risa, de tu risa siempre lista, dispuesta. Aprendo de tu mirada que no se cansa, que está lejos de la mía… Y un día seremos luz. sin tanto drama. Yo sé quién eres tú. Aunque no ...
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