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SI TE MUEVES ESPANTAS A LA MUERTE

 Me gusta ver como se quita la gente cuando corro y me aproximo hacia ellos,  obvio se quitan porque seguro piensan que les puedo pegar, pero veo en la cara de algunos  otros, en su expresión, un respeto por mi ritmo, se quitan, pero no sólo por miedo a que les pegue, se quitan porque respetan mi camino, se abren dándome el paso, entonces, sigo corriendo y lo hago más rápido, porque es pequeño ese ritual pero me carga, podría incluso decir que me compromete a seguir corriendo, a moverme, siempre moverme, para que se abra el camino para descubrir lo qué sigue, moverme, muévete decía mi madre -muévete, haz algo- me lo dijo aquel día cuando era ese adolecerte herido por el desamor y la traición de los amigos. Me lo dijo sin pensarlo mucho  -Mamá- le dije con un tono alto y buscando que se detuviera un poco -Mamá- le grité para que me mirara a los ojos, -se detuvo y me miró un instante -ya no quiero vivir- lo dije nuevamente con un tono rasposo, como no queriéndole decir, me miró un segundo y luego llevó los ojos hacia las cortinas que estaban justo detrás de mí, siguió mirándome de reojo como siempre, sin darle mucha importancia, abrió las cortinas y dejó entrar el sol, que a mis ojos en ese momento de tristeza, era insoportable, -mamá te estoy hablando-insistí queriendo encontrar algo que calmara esta sensación de vacío que por momentos me paraliza- ¿por qué? -Me respondió- pero antes de que yo pudiera decir algo volvió a hablar,  baja la ropa para lavarla y me señaló empujándome un poco que me parara de la cama. -voy a lavar tus sábanas- ¿para qué? le dije en tono de reto, ya enojado por ignorarme y ella siguió un poco en silencio, me aferré a mi cama para que tomara las cobijas, -porque hay que lavarlas- no me dijo, porque huelen asqueroso, que muy bien podría haberlo dicho, era urgente que esas sábanas de adolescente que guardaban mas secretos que un sacerdote, -se lavaran. Cedí, me levanté ante los movimientos de cirquero que hacía mi madre para levantar calcetines, calzones, y basura que había acumulado en una semana, porque no podía pasar más tiempo, mi madre supervisaba cada cuarto de la casa como un general que busca un error para mandarte encuartelar, me senté en el viejo sillón que tenía  a lado de la cama. Tomó una playera que colgaba de la puerta de mi ropero, al levantarla, descubrió el hoyo que horas antes la había hecho con mi puño derecho, se agachó a levantar los pedazos de madera que se habían desprendido y salió del cuarto, ni siquiera me miró, no trató de mirar mi mano; simplemente salió y ahí me entró la culpa y la rabia, me sentí un verdadero estúpido, no sólo por mirar ante la luz del día mi closeth que ahora quedaría parchado, sino además reconocerme como un verdadero orangután incapaz de controlar su enojo, eso me cargó nuevamente y regresé a mi estado de molestia, un estado que me tenía totalmente aplastado, incluso me había orillado a pensar que a mis 18 años lo mejor era morirme. Entro mi mamá nuevamente, y ahora sí esperaba un enfrentamiento, pero para mi sorpresa, lo que hizo es pegar un póster para tapar el hoyo, uno de esos pósters que regalan en las tiendas cuando es fin de año, pero no era el típico póster con la imagen de Jesús, o los gatitos recién nacidos, o el de las ballenas saltando a la mitad del océano, o un auto deportivo, no, incluso hubiera agradecido uno de esos pósters para talleres mecánicos,  con mujeres en bikini, ¡pero no! era un cartel con caritas ilustradas, todo tipo de caritas, el amoroso el alegre,  el callado, el dormilón, caritas que muchos años después se convertirían en los famosos emojis  la forma de escribir los adjetivos calificativos, un lenguaje para adultos y niños pero en ese momento era para niños, y yo en mi recámara sólo  tenía carteles con calaveras de bandas de rock, aún así mi mamá lo pegó sin dudarlo y no mencionó absolutamente nada. Miró que estuviera pegado, tomó mis sabanas y salió del cuarto, bajo las escaleras, le subió a su música y empezó a cantar. Unos minutos después mientras yo contemplaba el horrible póster, volvió a gritarme, bájame la ropa y no me quedó de otra que bajarla, y ya abajo me puso a lavar el patio. 

No se si es mejor abrazar a quien busca consuelo, o no darle tanta importancia como lo hacía mi madre. No se si después de ese día Coco,  que hoy por su Alzheimer ya empieza a olvidarse quien soy,  haya analizado las cosas y que realmente me quería morir, no lo sé porque qué nunca lo hablamos. El hecho es que hoy al correr y ver como la gente por más dormida que vaya en el camino se quita, recordé que mi madre me enseñó sin darse  cuenta que si te mueves puedes ser capaz de quitarte incluso a la misma muerte. 


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