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EL JEEP y LA INMENSA PAZ A LA ORILLA DEL MAR

 ¿Por qué te enojas? Me lo decía con sus ojos repletos de mar y arena, y con esa tranquilidad de no deberle nada a nadie, sin prisas, ni intenciones, que me ponían aún más de malas 

 ¿Te hablo pues? me volvió a decir justo cuando rompió la ola, y sentí sus palabras como parte de esa ola que se estrellaba en la rocas    

-pinche lanchero, no tiene ni puta idea- lo pensé en silencio, pero con unas ganas de que me oyera para que me dejara en paz. 

para ti es fácil decirlo pero ¿qué voy a hacer sino podemos sacar el jeep de la arena? - le dije ya un poco molesto, cansado y harto después de llevar más de cinco horas tratando de sacar un Jeep que había rentado un día antes. 

-¡pues nada, no podemos hacer nada!-

me lo van a cobrar -le alegué sabiendo que la marea cada vez subía más y que en cualquier momento podría ser arrastrado al mar- 

¿y qué vas a hacer si se lo lleva?

¡pues lo tengo que pagar!

¿Te avisaron que desconectarían la tracción trasera?

¡No! le respondí ya muy enojado

-Entonces por qué lo vas a pagar si nadie te avisó; que lo cubra el seguro, pero deja de enojarte, pues! ya te echaron a perder el día y sigues perdiendo tiempo- 

El mar se oía a lo lejos, el sonido del viento rugía cada vez más alto, nada pasaba en esa carretera donde estábamos varados, esperando a que algún amigo de Mauro el pescador, pasara. Chuy, su cuñado silbaba mirando el mar y poco a poco empezó a entrar en mi una extraña pero incontenible calma, sólo un par de veces había sido consciente de que me pasara algo así, de que sintiera como un mal humor se me fuera poco a poco saliendo del cuerpo, de la mente, que es en realidad donde se aloja y todo lo contamina. Quizá fue mirar la cara de Mauro, y el silbido de Chuy, quizá fue ese extraño sonido que el viento hacía y que al unirse con la brisa del mar, me hicieron reaccionar, entendí que nada podía hacer. Comprendí que mi molestia era realmente por que todo se había salido de control en mi fin de semana tan esperado, había planeado desconectarme del estrés de la ciudad, rentarme un 4 x 4 y escaparme con mis amigos pescadores que meses antes me habían dicho que si llevaba un Jeep me llevarían a una playa donde sólo pasan militares y narcos, si es que es lo mismo, pero como entre pescadores se conocen, pues nos dieron chance de pasar, sin embargo no contaba con el detalle de que le desconectarían la tracción trasera, y que perdería mi día viendo como las olas cada vez se acercan más al Jeep. Todo empezó a cambiar en mi mente, vi como la marea cada vez subía más y en mi se alejaba ese enojo y empecé incluso a disfrutar como el sol caía detrás del mar y la olas ya rozaban las llantas del auto, en ese momento todo se detuvo, y pude sentir todo lo que pasaba, oía incluso mi respiración, veía la risa de Mauro que conversaba con Chuy, y a lo lejos un sol que despedía la tarde, en la arena se hacían burbujitas en los pequeños hoyos que los cangrejos dejan a su paso, un tenue y rojizo brillo de los últimos rayos del sol se extendía en el horizonte, todo era realmente hermoso; por fin, una ola pegó en la puerta del Jeep y ahí empecé a reír, una incontenible risa me agarró, Mauro me miró, y empezó a reír también al igual que Chuy, -¡tas re loquito pues!- me dijo Chuy, y yo no podía parar de reír, un extraño pero fulminante estado de alegría me invadió, se apoderó de mi por completo; otra ola cubrió el Jeep, y eso nos causó aún más risa, nos paramos y caminamos a ver el espectáculo y ahora todo era alegría y podía disfrutarlo.

-Una más, una más- grité al mar y reíamos, celebrábamos  cada vez que una ola pegaba fuertemente en la puerta. 

De repente un silbido nos distrajo, miré hacia la carretera que estaba muy cerca de la playa y un camión con más de veinte niños y hombres pescadores se detuvo.

-Ese delfín negro que anda haciendo pues- le gritaron a Mauro que así le apodaban. No tuvo que explicar nada, todos se bajaron del camión y acomodaron unas palmeras que ya habíamos cortado frente a las llantas del jeep, en menos de cinco minutos entre todos empujamos y sacamos el jeep, -te espero en la casa primo- le dijo el chofer del camión y se arrancó con toda la jauría de pescadores.  Me despedí como pude de todos y me subí al jeep,  que sólo estaba un poco mojado pero aún prendía sin problemas. Todo en ese momento ya me parecía mágico, el estado de mal humor se había quedado atrás y ahora todo era mágicamente grato,  aún tenía en mi cara una sonrisa natural que Mauro podía ver claramente y sin decirme nada nos subimos al Jeep, que en carretera y con un viento aún caliente es demasiado placentero, es una sensación de triunfo, un juego de niños donde todo es diversión y risa. Avanzamos un rato y pude sentir como la prisa, el mal humor son una estupidez, y que toda suposición es falsa, ilógica, no tiene razón de ser,  pero lo que si existe lo que si es real es que pierdes el tiempo al suponer, al tratar de imaginar lo que crees que podría pasar, por eso es totalmente importante sacudirse esa sensación, sacarla de la mente o te come, te atrapa, se te sube como la marea y te puede ahogar. 

Después de unos treinta minutos de camino, Mauro me indicó que me saliera de la carretera, justo donde se alcanzaba a ver un pequeño restaurante, ¡Quiobo güero! gritó Mauro y de inmediato llegó un gordito muy amable que nos recibió con la mesa puesta. Camarones, pescado a la talla, pescadillas, arroz, frijoles, tequila, ron, cerveza, cerveza y más cerveza, en menos de una hora yo estaba pedísimo al igual que Chuy;  Mauro estaba intacto porque no toma, vámonos le dije a Mauro, y me puse de pie como pude,  el güero llegó de inmediato y se me paró en frente -¿Me estás despreciando?- No güero como crees pero es que ya no puedo, -¿te lo pregunto nuevamente y respóndeme como cabrón, ¿me estás despreciando? No, le volví a decir, -entonces chíngate una más y se van- Mauro me miró y asintió con la cabeza. -Sale una más güero- le dije y me senté, y me tomé primero un par de vasos de agua para hidratarme porque ya veía todo entre sueños. La noche ya estaba sobre nosotros, y miles de mosquitos se paraban en mis piernas, aunque de forma extraña no me picaba ninguno, -el alcohol es contra mosquitos- le dije a Mauro y me eché a reir y me siguió Chuy al igual que el güero, -ahora resulta que estos pinches mosquitos son abstemios como el Mauro, dijo el Güero y nos echamos otra tanda de risa, ya el estómago me dolía, pero pude sentir que se me bajó un poco el mareo, unos minutos después el Güero se paró y se tambaleó, Mauro le ayudó de inmediato y se lo llevó al baño, mientras lo jalaba me hizo una seña para que me subiera al jeep así que le dije a Chuy y nos subimos, lo arranqué y lo moví a la salida y ahí nos alcanzó Mauro. -Arráncate pues- me indicó Mauro y así lo hice, la luna aún no subía lo suficiente, así que estábamos en cueva de lobo. Agarré carretera y prendí el estéreo 

                "víctima de soledad / víctima de un mal extraño / mi corazón se ha partido en dos/                                         ¿quién te ha visto y quién te ve? quien te ama te hace daño" 

sonó un casette de Charly García que había comprado en una gasolinera y parecía como parte de ese extraño guion perfecto que me recobraba la calma y la conciencia. -Párate por favor, me dijo, Chuy y apagó el estéreo, lo miré y me espanté, me detuve ¿quieres vomitar? le pregunté, el lo negó con la cabeza - entonces ¿qué te pasa Chuy?- Se escuchaba el canto de los grillos y de miles de bichos, que rondan la playas de guerrero. Miré los ojos de Chuy y vi que estaba a punto de llorar, -¿Todo bien Chuy?- le pregunté ya con mucho tacto, -Está borracho, pues- dijo Mauro-¿qué pasa Chuy? volví a decirle después de un breve silencio -¿Tu me ayudarías a cumplir un sueño? Me lo dijo mirándome a los ojos firmemente, -Claro Chuy- le contesté sin pensarlo. -Está borracho pues, Mauro repetía y yo sólo oía a Chuy con mi borrachera que cada vez se bajaba más. -Desde niño, desde que que era un chamaco, siempre he querido manejar un Jeep- Me dijo Chuy ya con lágrimas en los ojos, -¿Dame chance no?- ¡Ah Chuy por supuesto, porque no me dijiste antes! le dije y me moví,  Mauro insistía en que Chuy estaba borracho, pero yo me bajé de inmediato del Jeep y le cedí el lugar a Chuy que sólo se recorrió. 

Chuy tomó el volante y se emocionó como un niño que toma por primera vez un carrito de pedales, una bici, una avalancha, un juguete grande pero al fin un juguete de niño. Miré la cara de Mauro que parado en la parte trasera del jeep sólo movía la cabeza de forma negativa. -Arráncate Chuy- le dije, Chuy aceleró sin meter velocidad y el motor del Jeep sonó como león en la inmensa noche, -mete la velocidad Chuy- le dije pensado en que estaba un poco pedo, Chuy pisó el clutch y metió tercera, soltó rápidamente el pedal y el jeep se jaló y se apagó. -En ese momento me surgió la duda y le pregunté  claramente a Chuy, ¿sabes manejar? -No, me dijo Chuy aún muy emocionado. -Y yo me eché a reír una vez más- Mauro seguía moviendo la cabeza de forma negativa, la peda se me subió nuevamente por la risa que me dio, no sólo de ver la cara de Chuy que como un niño se aferraba a querer manejar,  sino por la de Mauro que sabía perfectamente que Chuy estaba pedísimo y no sabía manejar, pero no hacía más, no se alteraba, era realmente un día cargado de eventos divertidos de lecciones de vida que suceden así de forma espontánea; ¿cómo vas a manejar Chuy? le dije riéndome -Pero tu me dijiste que cumplirías mi sueño, me lo dijo un poco decepcionado, -claro pero pensé que sabías manejar, le repetí, y el bajó la mirada y se puso realmente triste. Entendí que la noche sería larga, porque Chuy estaba dispuesto a aprender a manejar. Así que empezaron mis lecciones de manejo a un pescador que con solo mirarlo me recordaba el niño que fui. Fue un cierre espectacular llegar a la playa donde viven con el amanecer,  Chuy aprendió a manejar,  Ana la esposa de Mauro los regañó hasta cansarse por llegar a esa hora, porque ahí no hay teléfono para avisar, ahí sólo el viento, el mar, el sol y la luna son testigos de la vida. Después de un buen rato de regaños que hasta mi me tocaron, Ana nos preparó un huevito a la mexicana y un café de olla que nos recobró al vida. Yo me acosté después en la Hamaca y sentí eso que puedo definir claramente como paz, como una inmensa paz en todo mi ser. La sonrisa seguía en mi cara, y más aún la lección de como la vida se vive mejor sin control, sin planear tanto y aceptando lo que venga, siempre que iba a aquella playa de guerrero aprendía  algo de estos hombres que parecen no tener nada, y sin embargo nunca he conocido hombres que realmente lo tengan todo, porque esa paz y esa forma de pensar son quizá el anhelo más grande en mi vida, un estado de sabiduría que se contagia y que me ayuda a despertar a estar aquí sin esperar nada más que ver como pasan las olas del mar. 






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